
Humanos.
No puedes vivir sin ellos.
No puedes morir sin ellos.
Esta es mi tumba, humano. No me destruyas mientras duermo.
Me gustaría hablar contigo. Contártelo.
Pero ni siquiera existes.
Creo que moriré
Anoche soñé
contigo...
No quieras saberlo.
Libre del bien.
Libre del
mal.
Libre del mundo.
Sólo soy esclava de mí misma.
Soy...
Caótica neutral.
Y en un último impulso sin aliento, mis manos doloridas quebraron la madera
podrida, escarbaron en tierra apelmazada, abriendo al fin un camino hacia la
superficie.
Como en un parto maldito, a la luz siniestra de la luna santa
surgió de la tierra mi sucio cuerpo retorcido. Apoyando las manos de uñas rotas
en el fango, elevé a la noche mi rostro de larga melena enmarañada, empapado en
sangre y llanto y barro. Y cuando el cruel viento de la superficie hirió mi piel
maldita, elevé un grito miserable exhalando fuera de mí la muerte.Volveré a caminar entre los vivos, si bien guardad
temor en las futuras noches, pues al girar la cabeza en vuestro lecho podríais
creer ver a vuestro lado... una sucia melena enmarañada.
Descubrí que podía volverme
invisible.
Ahora no me ves...
Yo soy quien hunde los destinos.
Soy
el declive regalado, peste de la alegría, gangrena en la
inocencia.
Arrasé los caminos derrotando ilusiones,
sellando las
miradas de los vivos.
Donde piso la tierra se corrompe.
¡A mi paso La
Muerte se estremece!
No seré yo quien hunda el destino de otros,
si acaso
el mío es el que más lo merece.
Denme sólo una sombra donde
sepultarme.
Dirías que los sábados son terribles,
¿verdad?
Pero nadie te estará escuchando.
A tientas, caminaba por aquella tierra devastada, mirando el suelo seco,
negro, despoblado. Allá arriba, nubes densas, oscuras, pero no de tormenta,
ocultaban cualquier luz exterior. El aire, turbio, irrespirable, ensuciaba su
rostro.
Sus ásperas ropas, que apenas unas horas antes eran claras y
hermosas, caían ahora sucias y rasgadas sobre su afectado cuerpo. Su rostro,
paralizado, deformado por el horror, miraba al frente sin ver nada.
Con
sus pies descalzos avanzó sobre cenizas aún calientes. Sus brazos colgaban
inertes a los costados, dejando caer tiras de piel rasgada sobre sus manos de
uñas rojas.
Sin gesticular palabra, gritaba, gritaba en silencio hacia la
nada; sin entender, sin saber, sin comprender qué había ocurrido, qué había
cambiado de repente en aquella luminosa y espléndida mañana.
Alzó las
manos, y clavó las uñas en su rostro hasta gritar de dolor, intentando así
conocer al menos un motivo de su sufrimiento. Pero el horror real no estaba en
sus manos. El auténtico horror no podía ser cambiado.
Cansada de gritar,
agotada, se dejó caer al suelo, lentamente. Una ligera lluvia de ceniza caía
desde el oscuro cielo, tiñendo más aún el paisaje de negro.
Y allí,
sentada en mitad de la nada, sus ojos brillaron una vez mas. Y en silencio,
simplemente esperó. Porque, pensó, todo horror en algún momento
acaba.
Las cenizas fueron cayendo despacio sobre ella, oscureciéndola
poco a poco, confundiendo su cuerpo con la nada, en aquella extensa tierra
devastada, mientras ella, en silencio, sonreía.
Aquella noche, sentada en silencio, se miraba
las manos con cierto aire distraído.
"Examina la línea de tu vida" -
meditaba. "Observa cómo avanza por tu piel, recta, desdeñosa, arrogante".
¿Está ya todo escrito? ¿Acaso el porvenir caótico no podría alcanzar también
a su suerte?
Cerró los ojos, adentrándose en la oscuridad secreta de sí
misma.
Se vio quebrando aquel recto camino dibujado en sus manos. Imaginó un
nudo en ese eterno surco, jugando a sentirlo vencido. Vencido por un giro
inesperado de su vientre.
Acogió cálida la imagen, fascinada por la
respuesta de su propio ser al imposible ensueño, aquel confuso espejismo de
dulce reflejo que esta vez, liberada de lo real, sí exploró.
Finalmente
despertó, perezosa. Sus manos esperaban, insistentes, mostrando la línea de la
vida.
Aquella línea recta, desdeñosa, arrogante, del porvenir.
Visité la Ciudad Móvil. Es un lugar curioso.
El ambiente allí está
envuelto en un casi imperceptible pero continuo movimiento oscilante. El asfalto
se eleva lentamente para bajar de nuevo, generando leves ondas a lo largo de las
avenidas. Los altos edificios de la zona comercial se mecen suavemente,
atrayéndose entre ellos en una perpetua danza monumental.
Incluso allá
arriba, en el cielo, las escasas nubes de esta época del año parecen unirse al
leve baile común que domina todo.
No conectado.
Ningún mensaje nuevo
cada verano.
Se ha ido la luz.
Ahora mismo, de repente, dejando la habitación en la
que me encuentro súbitamente a oscuras.
Resignada, dejo caer el bolígrafo
sobre el cuaderno en el que estaba escribiendo. Compruebo el interruptor de la
lamparilla de mesa: No funciona.
Intento observar a mi alrededor. La
oscuridad es completa, imposible ver nada. Me levanto despacio, para dirigirme a
tientas a la ventana. Abro los cristales, dejándome envolver por la brisa
nocturna. Sin embargo, la oscuridad en el exterior también es completa. Algo va
mal.
Regreso intranquila hacia la mesa, intentando recordar dónde
guardaba aquella linterna. Rebuscando en uno de los cajones, mis manos localizan
finalmente el aparato. Lo enciendo. Nada. No funciona. Tampoco
funciona.
La oscuridad empieza a envolverme, estresándome por momentos.
Con urgencia, recuerdo dónde quedó aquel mechero que usaba para encender
incienso. Revuelvo la estantería apresuradamente, buscándolo con mis manos
ciegas. Algo cae al suelo, rompiéndose en mil fragmentos. No importa: Encontré
el mechero.
Nerviosa, casi desesperada, consigo encenderlo. Oigo la
chispa, siento al fin el calor del fuego. Pero algo va mal.
No veo la
llama.
Cae el mechero al suelo, olvidado, mientras llevo las manos a mi
rostro muerto, comprendiendo.
No vengo de ningún sitio, ni es mi intención aburrirles con detalladas explicaciones. Les daré, sin embargo, algunas imágenes funestas.
El almuerzo fue recurrentemente insulso, apurando la hora de descanso frente a la máquina de sandwiches. Aquel artefacto, sin prestarse a devolver cambio, vomitó en mis manos un triángulo pestilente. Los asientos corridos del comedor se encontraban completos, como siempre, por lo que asumí la habitual práctica de engullir rápidamente aquella ración, de pie, cerca del único ventanuco en aquel semisótano.
Diez años más que yo, una vida perdida, la pena en el rostro, un
grasiento bocadillo en papel metálico en su regazo. Un operario que parece haber
pasado dos vidas en este cuarto.
¿Nos dijimos algo al cruzar nuestras miradas? Sin duda, pero me aterroriza pensarlo... Es dolorosamente profético. Un pensamiento atroz.
Al día siguiente volvería a verle, sin sentir compasión alguna por su
destino.
-
Varias horas después, acaba la jornada. El sol caníbal amenaza sobre los
edificios de hormigón. Refugiándose a la sombra de sucias paredes, algunos
técnicos apuran sus tareas. Más allá, un semáforo en rojo paraliza la
calle.
El atasco encuentra su momento álgido. A mis oídos llegan voces estresadas.
Maniobrando sobre su utilitario, alguien intenta adelantarme, sin éxito.
Y esto es todo lo que ocurre. Son las siete de la tarde. Sólo lágrimas de agua amarga.
Es verano. El mundo es gris y blanco. No siento nada.
Camina desnuda por la pequeña
estancia, reflejando su cuerpo en espejos silenciosos. La habitación, sombría y
cálida, la envuelve con aroma de jazmín y azahar.
Sobre la cómoda,
cuidadosamente doblado, encuentra su vestido de azabache y ámbar. Con cuidado
extremo lo recoge, para dejarlo caer sobre su piel perfumada. Ajustando apenas
una lazada, se observa en el espejo finalmente bella.
La noche se
ilumina, hechizada, bajo una luna blanca. La música impregna el ambiente. Ella
baila, embriagada y alegre, hermosa y deseada, siguiendo melodías eternas que
nadie más oirá.
Soñando la música que oye, imaginando la noche
estrellada, ella baila descalza por la pequeña estancia. La habitación, sombría
y cálida, la envuelve con aroma de jazmín y azahar.
A la mañana, su
vestido azabache y ámbar reposará, cuidadosamente doblado, sobre la cómoda.
La profunda noche de verano me
descubre.
Me revuelvo inquieta sobre el colchón quejicoso, en una
sofocada duermevela a duras penas reparadora. Mis ojos se abren, de nuevo, al
calor abrasador de la habitación oscura.
En mi mesilla, el brillante
parpadeo del despertador programado presume amenazante. Los malditos puntos
burlones malgastan segundo a segundo el tiempo en esta vela innecesaria,
acercando su paso a otra triste mañana.
En la absoluta oscuridad de ti mismo se ha encendido una luz nauseabunda: Es
tu propio reflejo, distorsionado y pervertido por la visión equívoca de tus ojos
en blanco, que en un vano intento de contemplarte tal como eres no ven belleza
alguna en tu interior, sino solamente vísceras y carne y sangre. ¿Eres tú ese
horror?
Huyes, pero descubres desesperado que aquel intento de luz
horrenda te persigue. ¡¿Acaso creíste que podrías escapar de ti mismo?! No...
Estás destinado a ser la luz miserable de tu propia condena. Pero sigues
corriendo, centrando tu objetivo en la fatal oscuridad sobre la que te vuelcas
desesperado, alumbrándola con tu miseria al derrumbarte sobre ella, una vez, y
otra, para levantarte herido y seguir corriendo a ciegas, arrasándote a ti mismo
en tu demoledor paso, sin fin, hacia la nada.
Agotado, caes de repente,
herido, dolido, extenuado. Te inunda el sueño, tu luz se calma a la vista de
nadie, la noche avanza. Duermes.
Al amanecer, la luz de la vida despejará
tu suerte, y tu propio grotesco ser se erguirá purificado, cálido y claro,
afrontando un día más bajo la luz de la mañana; mostrando, apenas, algunas
cicatrices fruto de la noche pasada.
Descansa.
El tiempo ha vuelto a pasar de largo. ¿Se nota
el cambio en nuestras vidas? Claro que sí.
Se llama madurez. Es el
lento proceso que nos hace sentir cada vez menos perdidos. Cuando por fin nos
encontremos, dicen, llegará la muerte.
Pero todavía está lejos, ¿verdad?
No hay que preocuparse. Mayormente porque esto no conllevaría ninguna ventaja.
Hay luces tan brillantes que ciegan a los ojos. La Visión Verdadera de la Muerte
es una de ellas. Por eso se nos ha concedido la gracia de poder hablar de ella
sin sentirla, de poder aludirla sin conocerla. Después de todo, hemos aprendido
a convivir con esa sombra que nos acecha a todos en el rabillo del ojo desde el
momento en que nacemos.
Hemos visto la muerte en los demás, incluso
algunos de nosotros la han sentido cercana en su cuerpo. Pero no es la misma
muerte, la real, la auténtica muerte que a todos nos llega una sola vez, y que
graciosamente la mayoría de nosotros ni siquiera la percibiremos, ocupados como
estaremos en sentir nuestra propia agonía o, quien sabe, durmiendo plácidamente,
o quizá en pleno éxtasis carnal.
La muerte auténtica rara vez se siente,
y en cualquier caso, sólo se da una vez en la vida.
El resto de muertes que
conocemos son sólo vagas aproximaciones que, por mucho que nos asusten, no son
ni una fracción de la terrible realidad de la Suma Inexistencia.
Pero no
nos pongamos agoreros, no es mi intención. Hablábamos de la madurez.
Ah...
Cada vez que pasa un año de mi vida me planteo observar mis huellas en el
tiempo, y mirando hacia el futuro intentar adivinar a dónde me dirigen. Quizá
algunos de vosotros creáis dirigir vuestro propio destino. Quizá sea verdad,
después de todo.
Pero no, no es mi caso. Yo me limito a intentar
vaticinarlo.
Mis pasos han sido, son, y -aventuro- serán, azarosos,
erráticos. Alegremente me han llevado a descubrir nuevos paisajes hermosos, o
rencorosamente me han devuelto al punto de partida: con el cuerpo dolorido, los
zapatos desgastados y el ánimo roto.
Pero así es la vida, pocos de
nosotros son los que verdaderamente la controlan. Mi sospecha es que en esos
casos el azar ha jugado a su favor. En un muestreo de seis mil millones de
personas, caben los extremos; tanto los de máxima fortuna, como los de injusto y
desafortunado mal fario.
Me dirijo pues, ciega pero ignorantemente
tranquila, al siguiente hito de mi destino.
En mi reflejo
unos ojos me miran;
tengo miedo.
A menudo el principal problema es comprender
que no existe el problema.
Gracias por el consejo.
Afortunadamente, la humanidad siempre seguirá contando el tiempo, aunque
algunos de nosotros nos hayamos despistado largamente, oteando sin más el
infinito de cada momento vivido.
Durante dos años, nada menos, he estado
perdida en un mundo de imposibilidad infinitesimal que ha sido erigido de entre
todos los mundos de hecho imposibles.
Éste es mi mundo, creo que es el
mismo que el tuyo, ¿no es curioso? Pero no me conoces, ni yo a ti, a pesar de
tantas coincidencias: Contra todo pronóstico, compartimos las leyes de la
física, compartimos las dimensiones reales y las irreales. Compartimos un
periodo semejante del casi eterno espacio tiempo. Compartimos una parecida
configuración de materia y energía.
Mantenemos una sensata compatibilidad
genética, un fenotipo reciprocramente reconocible, una sorprendente cualidad que
coincidimos en llamar conciencia, un puñado de métodos bidireccionales de
comunicación, e incluso utilizamos el mismo tipo de herramienta para cortarnos
las uñas.
Sin embargo, no nos conocemos.
Zarith ha despertado de
un largo sueño. Encantada de conocerte. La temperatura ambiente es de 21º, la
humedad relativa del aire es del 90%. En este punto del globo hace un día
soleado. Les deseamos a ustedes una grata estancia.
Si el conocimiento se encontrara en los medios, sobraría el final.
Si se
encontrase en el final, sobrarían los medios.
En esas circustancias, el
principio no importa.